En un domingo cargado de fervor revolucionario en Bembibre, el Cristo Rojo logró sobrevivir a la furia de los mineros del Alto Sil hace ya noventa años. Mientras la iglesia de San Pedro era consumida por las llamas como un símbolo de resistencia contra la opresión, el Sagrado Corazón, ubicado en el altar mayor, recibía un inesperado indulto por parte de los propios mineros que lo consideraban «uno de los suyos».
La escena de destrucción y caos contrastaba con la imagen impoluta del Cristo Rojo, que parecía observar con serenidad la violencia que lo rodeaba. Testigos afirman que, a pesar de la intensidad del incendio y de los gritos de los manifestantes, la figura religiosa permaneció inexplicablemente intacta, como si estuviera protegida por una fuerza superior.
Este episodio ha quedado grabado en la memoria colectiva de Bembibre como un momento de contradicción y misterio, donde la fe y la rebeldía se entrelazaron de manera inusual. La historia del Cristo Rojo de Bembibre, resguardado por la mano invisible de aquellos que lo consideraban «de los suyos», perdura como un recordatorio de la complejidad de las emociones humanas y de la diversidad de interpretaciones que pueden surgir en tiempos de conflicto y cambio social.